La dama del cabello blanco

LA DAMA DEL CABELLO BLANCO
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Hoy sólo quiero rendir un homenaje con mis letras, a alguien que me dedicó las suyas. La escritora, poetiza, política y académica Lylia Berthely Jiménez, quien nació un 4 de octubre de 1919 en el bello Tlacotalpan Veracruz y hoy estaría cumpliendo 103 años.

Al leer su apellido, sabrán que es evidente la relación familiar. Lylia fue la hermana mayor de mi abuelo, Eloy. Por lo tanto, el árbol genealógico la colocaba como mi “tía abuela”. Lo cual me parece una tremenda injusticia del sistema genealógico porque para mí, ella hacía más las veces de abuela que de tía. Pero para otros en la familia, también la hizo de madre y padre de sus hermanos, madre de sus hijos, compañera, hermana, abuela, tía y confidente. Por lo tanto el sistema patriarcal familiar en los Berthely, se rompió desde hace muchos años.

Desde pequeño, recuerdo que estas fechas eran un desfilar de felicitaciones para la “Doctora”. En algún salón o jardín de la Ciudad de México, organizaba una comida que siempre tenía una marimba y un grupo de son jarocho amenizando de fondo. El murmurar de las mesas estaban ocupadas por las tertulias de políticos, artistas, escritoras, escritores, familiares desconocidos y también los conocidos.

Álvaro de Marichalar Sáenz “El navegante solitario”

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El protocolo casi siempre era el mismo, llegar y saludar a la familia, estar pendiente de cuantos nombres nuevos me presentaba mi papá preguntándome antes “¿Te acuerdas de él o ella?” Respondiendo un “no” con una sonrisa entre dientes, la otra persona siempre pronunciaba la frase “Es que te conocí cuando estabas muy chiquito” y de ahí venía su nombre y cargo. Podría ser un familiar, un amigo, un secretario o funcionario en turno.

Al sentarnos a la mesa llegaba la comida. Era un momento de esparcimiento y de contar chistes con mis primos tratando de no reírnos más fuerte que la marimba. Pero cuando llegaba el postre, me empezaban a sudar las manos. Sabía que lo siguiente eran las palabras para la festejada, después hablaba ella y seguido de eso, volteaba a ver a alguno de sus sobrinos y los pasaba al frente para hacer la suerte artística de su preferencia. En mi caso, en varias ocasiones, fue para declamar algún poema suyo.

LILIA BERTHELY

El caminar de la mesa al micrófono, era un suplicio, se sentían las miradas de todos, las sonrisas burlonas de mis primos y los nervios de no regarla frente a un centenar de personas. Pero al comenzar, todo parecía calmarse, por lo general, declamaba el poema con el que participaba en el concurso de oratoria de la escuela, si me equivocaba solo una persona podría saberlo y era la autora que estaba junto a mí.

Esas presentaciones me hicieron acreedor a que me dedicara uno de sus versos llamado “Cañandonga”, es el mismo nombre de un árbol que da una vaina que cuando se seca, suena como una sonaja que nunca se calla mientras haya viento.

Para mí su herencia fue más grande, me enseñó a usar desde niño el micrófono como un trabuco que derrumba muros, pero con algunas necesarias alegorías comparte de manera certera sentimientos e ideas.

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Para su amado México su legado fue aún mayor. Una mujer que se abrió espacios en un mundo de hombres, nacida en épocas post revolucionarias, traía en su mente traía en su mente ideas aún más progresistas que los de la época. Primera mujer en ocupar muchos cargos políticos, en congresos y delegaciones. Feminista férrea, apasionada de la responsabilidad social, entusiasta del respeto a la dignidad en la vida de los adultos mayores, cofundadora del INAPAM, ganadora de medallas al mérito social. Pero sobre todo eso, una mujer que no dejó de trabajar hasta su último suspiro a los 97 años de edad.

Nunca más un 4 de octubre me ha sabido igual, pero sólo a través de las letras la he sabido recordar. Es una especie de consuelo, un abrazo literario, que siempre le quiero dar.

Como siempre lectoras y lectores esta es mi opinión, si la comparten o difieren son bienvenidos sus comentarios en mis redes sociales:

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