Columna QR: De que los hay, los hay

José Martín Sámano
Opinión
Columna qr

Tengo en casa dos perritos que, como para muchos humanos, son casi casi mis hijos. Son de la raza Boston Terrier, chatos, con orejas puntiagudas y se parecen un poco a los Boxer pero sólo que más chicos (como del tamaño de un Bulldog Francés) y su piel es de color blanco con negro.

Tienen cuatro años, son hermanitos y se llaman Kanye y Kenya. ¿Qué tiene que ver todo esto con el título de mi columna? Pues resulta que Kenya, la hembrita, comenzó hace un par de años con un problema cardiaco, específicamente en uno de los ventrículos, lo cual comenzó a provocarle severos ataques como de epilepsia.

Mi querido amigo y veterinario de confianza, Freddy Santillana, pidió realizarle algunos estudios y le recetó unas pastillas que mi perrita tendrá que tomar a diario por el resto de su vida. Lamentablemente estas son muy difíciles de conseguir y peor aún lo fue durante la pandemia cuando los medicamentos de especialidades escaseaban más que ahora. Después de mucho batallar encontré el remedio a través de una famosa tienda virtual y de esta manera he podido desde entonces darle a Kenya su tratamiento.

Pero resulta que después de hacer el más reciente pedido y haber hecho el pago correspondiente, recibo un mensaje de whatsapp donde el vendedor me dice que ya no me podrá surtir el producto debido a una prohibición del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria SENASICA, que entró en vigor desde junio pasado y que impide la venta de medicamentos de animales clasificados dentro del “Grupo II” sin el intercambio de receta en las formas requeridas por las normas.

Estas incluyen tratamientos antipulgas y garrapatas así como productos con ivermectina, albendazol y otros considerados dentro del mentado “Grupo II”. Entiendo que es la ley y sus razones tendrán las autoridades para dicha restricción. El problema y lo que me indignó en este caso fue lo que después me escribió el vendedor al respecto. Me dijo que “con mucho gusto” me podría seguir ofreciendo el medicamento pero que ya no lo podría publicar en su página y que le tendría que enviar mensaje directo a su celular.

Ah, y que el precio de la caja aumentaría de $1,600 a ¡$3,600 pesos! En este caso, como en muchos otros donde se restringe la venta de un producto, nunca falta el comerciante sin escrúpulos que de inmediato no sólo le da la vuelta a las leyes o disposiciones oficiales sino que además aprovecha para clavar el colmillo a sus clientes.

Claro que no estoy dispuesto a caer en esta maniobra perversa y buscaré la forma de obtener la medicina o algún sustituto a través de otros medios justos y legales. Así es como surge el mercado negro. Y no cabe duda... ¡De que los hay, los hay!

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