Columna QR: Halloween, Días de Muertos y Hanal Pixán

José Martín Sámano
Opinión
Columna QR por José Martín Sámano : HASTA SIEMPRE , LUIS

Entre los mejores recuerdos de mi infancia se encuentran sin lugar a dudas las celebraciones de Halloween. En aquel entonces yo no sabía nada acerca de los días de muertos ni había visto jamás a una Catrina, por poner un ejemplo. En casa no había esa costumbre y en la primaria de monjas -ignoro las causas-, tampoco se hacían altares ni ceremonias para honrar a los fieles difuntos. Así que para mí, la noche de brujas era casi tan esperada como la Navidad o el día de Reyes.

Mi madre santa me hacía mis disfraces (como uno de monje loco que complementé con una máscara y unos enormes pies de plástico que aunque me sacaron ampollas me negué a quitármelos) y junto con los demás chicos de la cuadra salía para pedir dulces a los vecinos. Era un ambiente realmente sano y de fiesta donde todos nos divertíamos gritando ¡¡¡Queremos haloweeeeen....!!! hasta que finalmente nos abrían la puerta y estirábamos las manos o las bolsas para recibir nuestras golosinas. Claro que había quienes de plano apagaban la luz y fingían no estar en casa y a veces les arrojábamos huevos a las ventanas o pintábamos mensajes con gises en las paredes.

Al final del recorrido, los más afortunados, encontrábamos bolsitas con frituras picosas, paletas de esponja, chicles, chamoy en polvo, chupirules y tantas otras delicias de la infancia que difícilmente se pueden encontrar hoy en día.

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Poco después, en la adolescencia, mi gran amigo Alfredo Manzanares me invitaba a la casa de sus papás en Tepoztlán, Morelos, donde los días de muertos se celebraban con una serie de ritos y ceremonias que nada tenían que ver con costumbres anglosajonas y que por el contrario guardaban esencia de las prehispánicas.

Recuerdo que salíamos a las calles oscuras -como boca de lobo, decían los mayores-, y cuando topábamos con alguna casita apenas iluminada la puerta estaba siempre abierta y ahí de inmediato invitaban a cualquiera que pasara a tomar ponche. Había de limón, de guayaba, de naranja y de muchos otros sabores con frutas de temporada. Esta bebida, que se servía literalmente hirviendo, llevaba alcohol de caña puro y déjenme decirles que los anfitriones no permitían que uno se fuera si no probaba las variedades disponibles.

Ya de adulto, y en buena medida gracias a mi trabajo periodístico, tuve la fortuna de conocer otras celebraciones de muertos en distintas localidades del país como la de Mixquic o Pátzcuaro.

Pero ya en años recientes, aquí en Quintana Roo, he disfrutado muchísimo los rituales del Hanal Pixán con todas sus riquezas gastronómicas y culturales. Celebro y aplaudo los esfuerzos tanto de empresas privadas de parques temáticos, como ahora también de gobiernos municipales y estatal para revivir las tradiciones de días de muertos.

Las nuevas generaciones, tan expuestas a la influencia de costumbres extranjeras, tienen por supuesto el derecho de disfrutar de los disfraces de monstruos, las calabazas decoradas y la pedida de dulces con el Halloween, pero por ningún motivo deben permanecer ajenos a eso que nos distingue y que es parte de nuestra esencia cultural como son las celebraciones de muertos y claro está, el muy nuestro Hanal Pixán.

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