Cuando un hilo de cobre se convirtió en el latido de una nación emergente, México dio su primer pulso moderno a la historia. En TV Azteca Quintana Roo te contamos acerca de la inauguración de la primera línea telegráfica en México y su rol en la unión del territorio.

Todo comenzó con Juan de la Granja, un diplomático español radicado en México, quien tras conocer el invento en Estados Unidos durante 1842-1844, impulsó su adopción local. En octubre de 1850, instaló alambres en el Centro Histórico de la Ciudad de México, demostrando públicamente el 13 de noviembre la transmisión de mensajes entre el Palacio Nacional y el Colegio de Minería. Aquel experimento, usando código Morse para cifrar señales eléctricas, generó asombro y debates sobre su viabilidad.

El hito llegó el 5 de noviembre de 1851, cuando el presidente Mariano Arista, acompañado de De la Granja como gerente general de telégrafos, inauguró oficialmente la primera línea comercial. Esta conectaba la Ciudad de México con Nopalucan, en Puebla —hoy renombrado en honor a De la Granja—, cubriendo unos 130 kilómetros de terreno accidentado con postes y cables expuestos a la intemperie. El primer telegrama oficial cruzó esa distancia en minutos, acelerando lo que antes tomaba días a caballo.

En 1852, la línea se extendió a Veracruz, vital para el comercio portuario, y en 1853 surgió la ruta “del interior” hacia Guadalajara y León. Estos avances, en un siglo turbulento de reformas liberales, transformaron la política y la economía: facilitaron el control central, impulsaron el intercambio y registraron hitos como la invasión francesa o el telegrama Zimmermann.

Bajo Porfirio Díaz, el telégrafo alcanzó su apogeo, con redes paralelas a ferrocarriles que integraron regiones remotas. Hoy, ese legado resuena en nuestras conexiones digitales, recordándonos cómo una innovación forjó la identidad nacional.

Edición de Video: Diego Benitez