Al principio, en 1928, el homenaje al inicio de la Revolución se hizo sin armas: organizaron una carrera de relevos para recordar la gesta revolucionaria.
Al año siguiente, en 1929, esa competencia deportiva se convirtió en un desfile más estructurado, donde se celebraban el deporte y la unidad nacional.
Luego, en 1936, el Senado de la República emitió un decreto que oficializó el desfile, otorgándole carácter nacional y subrayando la “voluntad pacifista y conciliadora” del pueblo mexicano.
Así que desde sus inicios, el desfile del 20 de noviembre ha sido una forma simbólica de celebrar los principios revolucionarios, disciplina, esfuerzo colectivo y superación, pero sin glorificar la guerra.
Con edición de Hanna Andrade












