Este perrito ciego, privado de visión, encuentra en sus demás sentidos la manera de descubrir el mundo. Guiado por su olfato y el tacto de sus patas, detecta la humedad del suelo y se detiene con curiosidad frente a un charco.
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Con suavidad, palpa con su hocico, mueve sus orejas y percibe el reflejo del agua. Esos segundos se convierten en un instante único: sus primeros pasos dentro del charco provocan una reacción de alegría natural, como si hubiese descubierto un tesoro inesperado.
Cada movimiento genera pequeñas ondas, cada salpicadura se convierte en un estímulo nuevo. Y es que para los animales con discapacidad sensorial, momentos simples como este adquieren un valor inmenso, recordándonos la fuerza de la adaptación y la belleza de la vida cotidiana.