Todo empezó cuando el director Ben Leonberg quiso darle un giro al típico cliché de las películas de terror, donde el perro siempre presiente el peligro antes que los humanos.

Su idea fue clara: crear una historia contada completamente desde la mirada de un perro, y ese perro fue Indy, su propio compañero adoptado.

El rodaje no fue nada fácil. No usaron efectos digitales ni dobles; todo se filmó a la altura del perro, para que el público sintiera exactamente lo que él ve.

Ben, su esposa, que también fue la productora, e Indy trabajaron juntos durante más de tres años y más de 400 días de filmación, cuidando cada detalle y evitando distracciones.

Lo más increíble es que muchas de las reacciones de Indy son totalmente reales; respondía a juguetes, sonidos y órdenes en el momento. Nada fue fingido, solo pura autenticidad canina.

Con edición de Hanna Andrade