En un vasto desierto mexicano, un hombre alquila un automóvil y lleva a su mejor amigo ciego a un sitio seguro y aislado, lejos de tráfico o peligros.
Desde pequeño, este joven con discapacidad visual anhelaba sentir el control al volante, experimentar la velocidad sin miedos.
Con paciencia, el amigo lo sienta en el asiento del conductor, se posiciona como copiloto y le da indicaciones mínimas: “Acelera suave, gira a la derecha”. El ciego maneja por primera vez, sintiéndose “lo más libre que jamás se había sentido”, mientras el viento del desierto acaricia su rostro.
Con edición de Hanna Andrade












